24 Abr 17 |
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LA ESTACIÓN
Llevaba ya muchos años esperando llegar a la estación; años de alcohol y más alcohol, y una dejadez que me ponía enfermo porque había intentado dejar de beber tantas veces que sentía como mis fuerzas se agotaban.
Sí, estaba llegando a la estación y se me ofrecía la posibilidad de perderme por alguna que otra vía muerta o estacionar el tren, mi tren, mi vida en algún andén con la posibilidad de proseguir ese viaje, pero para eso debía estar fuerte y en condiciones y no ser un despojo empapado en alcohol, sin memoria y acobardado por un horizonte más que tenebroso.
Tenía más años que Matusalén y creía que a mi edad ya no podía cambiar, que solo podía esperar consumirme en una de las vías muertas que poblaban la estación, eso es, acabar mis días con la mente corroída y el cuerpo agarrotado y envejecido. ¿Era eso lo que quería realmente o dar un golpe de timón, de una vez por todas, a los años que tenía por delante? Antes de proseguir o perderme en una estúpida vía muerta sin posibilidad de retroceso, opté por descender al andén y pasear y clarificar mi mente. Y paseé y paseé hasta el punto de aceptar mi pasado y hacerlo plataforma para el futuro, y en mis paseos olvidé el sabor del alcohol hasta llegar a ignorarlo.
Tomé un tren con muchas estaciones y muy concretas y me dirigí, por qué no, al infinito.
P.D. Creo que el andén por donde me paseaba se le conocía por Proyecto Hombre. Me ayudó mucho.
Juan Plata