13 Feb 15 |
![]() |
![]() |
En las mujeres adultas con problemas adictivos, a la percepción de fracaso en el ámbito personal, familiar y social, se une el temor y/o la vivencia de la estigmatización a la que se ven sometidas por su incumplimiento de los estereotipos culturales de género: “ser madre, hija y esposa cuidadora ejemplar”. Este “reproche social” internalizado, es uno de las causas por las que las mujeres tienden a vivir de forma oculta su adicción, negar su existencia y postergar la petición de ayuda, junto a las dificultades de acceso al tratamiento ligadas a las cargas familiares, sobre todo en familias monoparentales con hijos a cargo menores de edad.
Sin embargo, en los últimos años se ha venido observando un aumento de la demanda de tratamiento por parte de la población femenina, dato que se recoge en el “Informe sobre las perspectivas de futuro en el abordaje de las actuales y nuevas adicciones”, elaborado el 24 de marzo de 2014 tras la ponencia creada en la Comisión Mixta de las Cortes Generales para el estudio del problema de las drogas.
En el Centro de Atención Ambulatoria de Proyecto Hombre Madrid Madrid, las mujeres representan a día de hoy, el 23,44% de la población atendida, siendo el alcohol y los tranquilizantes, las sustancias de principal consumo en el 57,78% de los casos. No es por tanto, poco significativo el número de mujeres consumidoras de sustancias psicoactivas, lo que nos llevar a reflexionar, no tanto sobre qué consumen, sino para qué consumen las mujeres y qué elementos diferenciadores se ponen de manifiesto frente al consumo de la población masculina. Más allá de las incuestionables particularidades de cada persona, y de lo que los datos estadísticos arrojan, en la experiencia clínica observamos que mayoritariamente, la finalidad del consumo en las mujeres es evadirse de problemas relacionados con acontecimientos vitales estresantes o rupturas emocionales (familiares o de pareja), con la sobrecarga física y emocional derivada del trabajo dentro y fuera del hogar, la ausencia de espacios para el desarrollo personal y la inexistencia de una red social de apoyo.
La ingesta de drogas ilegales, pero sobre todo legales, se torna en pauta de automedicación para paliar su sintomatología ansioso-depresiva. De ahí que no sea sorprendente que el inicio en el consumo sea generalmente más tardío que en los hombres, cuyo inicio temprano suele estar más ligado a la mejora de la sociabilidad, y que también en la mujer haya una mayor prevalencia de trastornos psiquiátricos, previos al consumo. Otro dato significativo y diferenciador, es la alta incidencia de malos tratos en las relaciones de pareja de mujeres con conductas adictivas, elemento que agrava la invisibilidad del problema por su interpretación de que ellas son las culpables de dicha situación así como el vínculo dependiente establecido con sus cónyuges, cuestiones ambas que dificultan su incorporación a los tratamientos.
De acuerdo a lo expuesto, podemos afirmar que el trabajo día a día con las mujeres en el Centro de Atención Ambulatoria, nos enseña que más allá de los datos epidemiológicos, la comprensión de los contextos relacionales en los que la mujer usa y abusa de las sustancias adictivas, así como las circunstancias vitales en los que el consumo tiene lugar, son las claves que nos ayudan al ajuste de los procesos de psicoterapia a las características de la población femenina. Por otra parte, el conocimiento de que una parte de adolescentes y jóvenes mujeres debutan su consumo en compañía de sus parejas sentimentales, nos permite ver la necesidad de implementar talleres de prevención, a través de las cuales se entrene y fortalezca en las mujeres jóvenes la autonomía en la toma de decisiones, la autorregulación de los estados de ánimo, discriminación y afrontamiento de las modalidades relacionales dependencia/apoyo mútuo, escalada/cooperación, dominancia/ pasividad, etc. Este tipo de intervención preventiva, fijaría y reforzaría en las primeras etapas del ciclo vital la experiencia de autoconfianza y competencia interna en el cuidado personal y capacidad relacional de las mujeres, ante acontecimientos vitales estresantes, desilusiones o duelos.
Arantza Yubero Fernández
Psicóloga del Centro de Atención Ambulatoria